Por: Alejandro González Viveros
En este tiempo de crisis y de enfermedad escuchamos diferentes opiniones con respecto a la fe y lo que deberíamos hacer como personas de fe. Hay quién nos acusa diciendo “¿donde esta su fe?” cuando decidimos ponernos cubrebocas, dejar de saludarnos de mano y cancelar nuestras reuniones dominicales. Pero también hay quién dice: “¡Pero qué imprudentes son ustedes!” Cuando decidimos no usar cubrebocas, seguir saludándonos de mano y continuar con nuestras reuniones dominicales. Muchos se sienten como entre la espada y la pared ¿Qué podemos hacer?
En este tiempo de crisis y de enfermedad escuchamos diferentes opiniones con respecto a la fe y lo que deberíamos hacer como personas de fe. Hay quién nos acusa diciendo “¿donde esta su fe?” cuando decidimos ponernos cubrebocas, dejar de saludarnos de mano y cancelar nuestras reuniones dominicales. Pero también hay quién dice: “¡Pero qué imprudentes son ustedes!” Cuando decidimos no usar cubrebocas, seguir saludándonos de mano y continuar con nuestras reuniones dominicales. Muchos se sienten como entre la espada y la pared ¿Qué podemos hacer?
En medio de todas las voces, necesitamos enfocarnos en la única que tiene autoridad absoluta para nosotros, la voz de Dios. Aquella que encontramos en su Palabra. ¿Qué puede decirnos Dios, en sus Escrituras, sobre todo esto?
1. Necesitamos ser conscientes de que el congregarnos públicamente para adorar al Señor no es un mero convencionalismo cristiano sino que es una orden de Dios. Lo que quiero decir es que no podemos dejar de congregarnos tan fácilmente por motivos de salubridad, como sí podríamos dejar de darnos la mano y usar un cubrebocas. ¿Por qué? Porque Dios nos ha mandado a realizar una santa asamblea delante de Él en su día, el domingo. Dejar de congregarnos no sería sólo faltar a una bonita costumbre, a una tradición, o violar un convencionalismo cristiano, dejar de congregarnos es equivalente a desoír el llamado y la santa convocación del Rey para reunirnos en asamblea delante de Él. Entonces, en el contexto de una pandemia ¿deberíamos arriesgarnos por obedecer? ¿Deberíamos insistir en congregarnos extremando precauciones? Tenemos un virus letal sumamente contagioso rondando en nuestro mundo ¿será prudente exponer a todo una iglesia a esto? ¿Será eso lo más agradable delante de Dios? ¿Habrá algún contexto en donde sea lícito no congregarnos? Me gustaría que prestes atención a la siguiente información bíblica:
2. En la Biblia hubo sólo un personaje que mandó a cometer una imprudencia como prueba de fe, este fue Satanás, cuando le dijo a Jesús que se tirase del pináculo del templo:
2. En la Biblia hubo sólo un personaje que mandó a cometer una imprudencia como prueba de fe, este fue Satanás, cuando le dijo a Jesús que se tirase del pináculo del templo:
“Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.” (Mateo 4:5-7)
Satanás básicamente le dijo a Jesús: “¡Hombre, tírate! ¿Donde está tu fe?” Satanás incluso citó la Biblia, casi podemos escucharlo diciendo “¿Acaso no confías en Dios?”. Las respuesta de Jesús debe quedar bien grabada en nosotros, en este tiempo: “No tentarás al Señor tu Dios”, eso fue lo que Jesús respondió. Osea que, es cierto que Dios puede librar a los suyos de cualquier mal, pero una cosa es que tú caigas accidentalmente a un río embravecido y, una vez ahí, clames a Dios con fe; y otra muy distinta es que te tires intencionalmente a un río embravecido “con fe” en que Dios te recatará de ahí. Jesús dijo “No tentarás al Señor tu Dios”. Aquel que sale de su casa, en medio de una pandemia, “por fe”, exponiéndose a ser contagiado, es como el hombre que se tira intencionalmente al río embravecido “por fe”. ¡Por supuesto, Dios podría librarnos! pero el proceder del Maestro nos enseña algo mucho mejor: Jesús decidió no poner a prueba a Dios, decidió no exponerse al peligro “confiando” en que Dios lo salvaría, decidió no arriesgarse para demostrarle a Satanás su “gran fe”, decidió ser prudente. Seamos como Jesús, recordemos que no es Dios quien pide imprudencias como pruebas de fe, sino Satanás.
3. En la Biblia, los únicos personajes que prefirieron un cumplimiento externo de la ley antes que el bienestar físico de las personas, fueron los fariseos.
“Otra vez entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano. Y le acechaban para ver si en el día de reposo le sanaría, a fin de poder acusarle. Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio. Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban. Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana.” (Marcos 3:1-5)
Los fariseos estaban dispuestos a dejar a un ser humano sufrir innecesariamente e incluso morir, antes que “desobedecer” el mandamiento. La Biblia dice que Jesús se entristeció por la dureza de sus corazones. Es loable si quieres sufrir y dar tu vida por tus propias convicciones, si derramas tu sangre por tus ideales, pero es reprobable si quieres entregar a otros al sufrimiento o a la muerte por convicciones que no son suyas. No eran los fariseos quienes sufrían de una mano seca, sino un tercero, la sanación era para aquel hombre, el sufrimiento había sido soportado por él y no por ellos, pero ellos, sin ninguna pena, estaban dispuestos a entregarlo al dolor un día más so pena de ser juzgado como un pecador. No hay nada loable en ello. Pero eso es exactamente lo que nosotros hacemos cuando pedimos que la gente se exponga a un virus letal o si no la consideraremos como “carente de fe”.
Talvez nosotros seamos jóvenes, y no nos enfermemos tan fácilmente; y salgamos más rápido de las enfermedades. Entonces ve, mi hermano, y congrégate saludando a todos de mano. Sí, arriésgate por tus convicciones y muere por ellas si te parece. Pero no quieras imponer esa misma carga sobre todos. Piensa en la gente mayor, cuya salud no es como la tuya ¿vamos a cargar sus conciencias diciéndoles “faltos de fe” porque prefieren cuidarse? ¿Vamos instarles a que se expongan innecesariamente a un gran mal por “guardar el mandamiento”? No lo hagamos. Sólo los fariseos actuaron de esa manera. Entendamos a la gente que prefiere resguardarse y alentémosla en estos momentos de crisis. No pensemos que el cumplimiento externo de un mandamiento es más importante que la salud y el bienestar de otro ser humano.
Talvez nosotros seamos jóvenes, y no nos enfermemos tan fácilmente; y salgamos más rápido de las enfermedades. Entonces ve, mi hermano, y congrégate saludando a todos de mano. Sí, arriésgate por tus convicciones y muere por ellas si te parece. Pero no quieras imponer esa misma carga sobre todos. Piensa en la gente mayor, cuya salud no es como la tuya ¿vamos a cargar sus conciencias diciéndoles “faltos de fe” porque prefieren cuidarse? ¿Vamos instarles a que se expongan innecesariamente a un gran mal por “guardar el mandamiento”? No lo hagamos. Sólo los fariseos actuaron de esa manera. Entendamos a la gente que prefiere resguardarse y alentémosla en estos momentos de crisis. No pensemos que el cumplimiento externo de un mandamiento es más importante que la salud y el bienestar de otro ser humano.
4. En el mandamiento: “No matarás”, encontramos la indicación divina de “procurarás la vida”. Este punto puede ser algo profundo pero aún así quiero explicarlo. Cuando interpretamos correctamente la ley de Dios, nos damos cuenta de que cada mandamiento es mucho más complejo de lo que parece a primera vista. Necesitamos entender que cuando Dios manda algo prohibe lo contrario y cuando prohibe algo manda lo contrario. Me explico: Cuando Dios dijo “No cometerás adulterio”, al mismo tiempo Él estaba mandando la fidelidad matrimonial. Cuando dijo “no tendrás Dioses ajenos delante de mí” Él estaba diciendo: “Tenme a mí como tu único Dios”, cuando dijo: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano”, Él estaba diciendo “Respeta grandemente mi nombre”. Entonces, cuando Dios dijo “No matarás”, podemos entender que Dios implícitamente dijo algo como: “procurarás la vida”, “cuidarás de la vida”, “reguardarás la vida”. En las páginas de la Escritura notamos repetidamente como, a pesar de ser pecadores y de ser totalmente inmerecedores de la gracia de Dios, la vida humana sigue siendo algo sagrado para Él, algo que debe cuidarse.
Cuando arriesgamos nuestra vida y la vida de todo una iglesia, en el contexto de una pandemia, exponiéndonos a ser contagiados o a ser propagadores de un virus letal, no estamos cumpliendo con el mandamiento, no estamos resguardando la vida humana. Estamos quebrantando el sexto mandamiento.
Y a pesar de todo lo anterior, tampoco deberíamos condenar a las personas que toman la decisión de salir, seguir saludando de mano y continuar congregándose. Mucha gente ha decidido no dejar de vivir su vida como siempre lo ha hecho. A pesar de que esto podría ser considerado algo imprudente, no creo que deba ser motivo para dejar caer el más severo juicio sobre ellos. Pienso que este asunto es de la misma categoría que los que Pablo mencionó en Romanos 14:5-8: “Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.”
Pensemos esto: Quienes siguen congregándose, buscan obedecer la orden divina de la santa convocación que Dios hace a su pueblo cada domingo (el mandato a reunirnos en adoración ante nuestro Dios); los que dejan de congregarse, buscan ser sabios y prudentes, resguardando y teniendo como algo sagrado su vida y la de aquellos que están a su alrededor. Ninguno debe ser juzgado con demasiada dureza. Y sin embargo, todos debemos llegar a un punto en donde la pregunta ya no sea: “¿Esto es pecado o no lo es?”. Debemos comenzar a razonar y preguntarnos: “¿Qué es lo más sabio en esta situación?” “¿Cuál es la decisión más prudente?” Y proceder de esa manera.
Sea como sea, el día del Señor, de una u otra manera, puede ser guardado. Podemos realizar cultos familiares, podemos transmitir en vivo predicaciones o reflexiones, podemos conectarnos con otros hermanos para compartir del Señor. Toda esta situación no debe ser una excusa para volver profano el día sagrado. Santifiquemos su día designado desde donde estemos.
Sea como sea, el día del Señor, de una u otra manera, puede ser guardado. Podemos realizar cultos familiares, podemos transmitir en vivo predicaciones o reflexiones, podemos conectarnos con otros hermanos para compartir del Señor. Toda esta situación no debe ser una excusa para volver profano el día sagrado. Santifiquemos su día designado desde donde estemos.
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